Viajar por la Panamericana no es fácil.
Si bien el placer de descubrir lugares nuevos casi todos los días es único, lo cierto es que no todo es lo que parece (o lo que Instagram nos quiere hacer creer).
Hay desafíos, complicaciones e imprevistos. Las frustraciones, los enojos y las decepciones son también parte de este viaje.
Pero también lo es la energía para seguir, los aprendizajes y la enorme mano que nos pueden llegar a dar los amigos, la familia e incluso los completos desconocidos.
Y ninguna de las historias que hemos escuchado resume todo esto mejor que la de Agustín y Catalina.
Antes de la Panamericana
Cata (27 años) y Agus (31) son argentinos.
Antes de salir de viaje en noviembre de 2017 vivían y trabajaban en Zona Norte del Gran Buenos Aires.
Agus estudió administración de empresas y trabajó primero en un banco y desde los últimos 5 años en una empresa peruana, siempre dedicándose a las finanzas. Cata estudió periodismo, pero trabajaba para ONGs.
No habían hecho viajes de este estilo, aunque sí algunas vacaciones de mochileros en el norte y varias veces en el sur de Argentina.
Pero dejar todo y salir rumbo a Alaska no estaba en sus planes.
Tampoco saben en qué momento surgió la idea exactamente. No hubo un disparador, sino ganas que fueron creciendo, transformándose en ideas, luego en averiguaciones, luego en un plan y un proyecto más concreto.
Hasta que después de bastantes evaluaciones e idas y vueltas supieron que era el momento.
Se compraron una camioneta Hyundai H100 1997. Estaba impecable, aunque había que hacerle un arreglo de chapa y pintura.
Arrancaron a buscar presupuestos, y hacer mientras tanto otros arreglos como cierres y ventanas. Sacaron los asientos y empezaron la limpieza para acondicionarla para el viaje.
El sueño empezaba a tomar forma.
Lo imprevisto
Habían pasado 6 meses desde que habían comprado su camioneta y comenzado la refacción para su aventura.
Esa mañana se levantaron y salieron de su casa como todos los días.
Pero había algo distinto: la camioneta ya no estaba. A Cata y Agus se les vino el mundo abajo.
Tristes, buscaron la póliza para chequear por cuánto era el seguro y pensar si era posible conseguir otra camioneta.
La letra chica era confusa así que llamaron al asegurador. Era fin de semana, y les dijo que los llamaría el lunes.
Así descubrieron que habían estado pagando 6 meses el seguro pensando que era contra robo, como le habían pedido a su asesor (quien en un correo les había confirmado que así era).
Pero aquel lunes les dijo que no, que había habido una confusión y que sólo los cubría en casos de responsabilidad civil.
Para Cata y Agus fueron semanas tristísimas. Pensaban que su sueño de llegar a Alaska terminaba ahí, sin siquiera haber empezado.
La ayuda
Pero la historia no termina acá.
Un día sus amigos los reúnen y les dicen que organizaron una rifa: 100 números, cada uno representa un destino diferente de Buenos Aires a Alaska. Cada destino/rifa cuesta $1000.
La idea es que el ganador se lleva $20.000 y a Cata y Agus les queda el resto para poder comprar otra camioneta.
«Teníamos ganas de llorar», dice Cata.
Sus amigos trabajaron por ellos 4 meses y lograron vender 60 rifas.
El día del sorteo llegó la siguiente sorpresa: el ganador decidió donarles el premio completamente, por lo que les quedaron $60.000 para comprar la segunda camioneta.
Es por eso que Cata y Agus dicen hoy que su van, una Toyota Hiace del 93, «es de todos».
«La camioneta es mucho mejor que la primera, no estamos seguros si es porque de verdad es mejor, o por cómo logramos comprarla. Este viaje es un poco de todos. Que nos roben la camioneta fue lo mejor del viaje. Experimentamos la incondicionalidad de amigos que te quieren y te quieren ver feliz».
También la armaron entre todos, ya que ellos dos no sabían ni poner un tornillo cuando arrancaron. Durante los fines de semana de los siguientes 6 meses trabajaron duro con mucho ayuda.
Y terminaron. Y arrancaron.
El viaje
Para Cata y Agus «Alaska es un norte». Puede ser que el viaje dure menos, puede terminar en otro destino.
«Es Alaska porque es lo más alto de este continente, pero no nos atamos a eso«.
Calculan que el viaje les llevará unos dos años en total porque es lo que han visto que tardan otros viajeros, pero no tienen un tiempo determinado.
A cada paso deciden el siguiente, y siempre van atentos de escuchar lo que dice la gente: nada tan valioso como el boca en boca para recomendar un lindo lugar.
«Nos dejamos sorprender, queremos descubrir».
Cuando les preguntamos cuál fue la mejor parte del viaje contestan sin dudar: «Antes de empezar, el apoyo completo de todos los que hicieron que esto sea posible».
¿Y lo peor?
Tuvieron una mala experiencia en Bolivia con la policía, pero que no deja de ser un aprendizaje para los dos, y sobre todo quedó en ellos un profundo sentimiento de desconcierto hacia el abuso de autoridad.
«Algo triste, lamentable, para seguir repensando este tipo de instituciones«.
Para viajar, Cata y Agus se financian con ahorros.
Ahorraron durante todos los años de trabajo y decidieron usarlos en este viaje de vida. En base a lo que tienen y a un estimativo de tiempo saben hasta cuánto pueden gastar por día en promedio.
Pero además, van vendiendo artesanías principalmente, y otras veces tartas, tortas, galletitas o licuados según la ocasión para poder completar y tener más margen.
«Realmente es sorprendente comprobar que se puede viajar con tan poca plata y vendiendo algunas artesanías».
Para mantener el presupuesto ahorran en todo lo que pueden, principalmente gracias a la camioneta en la que duermen y cocinan.
«Pocos gustos y elegir siempre la opción más barata. Como buenos argentinos mangueamos un poco de todo, eso nos ha ahorrado más de lo que se imaginan, pedimos descuentos y la mayoría de las veces con algo nos ayudan. ¡Estamos aprendiendo a ser cada vez más caraduras!»
¿Y qué impacto creen que vaya a tener este viaje en su vida?
«No queremos adelantarnos a pensar en eso porque eso simplemente se tiene que dar. De lo que estamos convencidos es que esta fue la mejor decisión que pudimos haber tomado.
No porque otro tipo de vida sea malo. Nosotros no renegamos de nuestras vidas anteriores. Por el contrario éramos felices y probablemente allí volvamos al regresar. Es solo que no queríamos dejar de hacernos este regalo de descubrir algo distinto durante algún tiempo», dicen.
Lo imprevisto parte II
Cuando les hicimos esta entrevista a Cata y Agus, ellos estaban en pleno viaje, y no íbamos nunca a imaginarnos lo que sucedió después.
El 23 de junio, cuando cumplían 7 meses de viaje por la Panamericana y estaban festejándolo en Perú, otra vez sucedió lo imprevisto: una vez más les robaban su sueño.
De pleno centro de Lima, alguien se llevó la Apacheta Van. El tema es que esta vez no era una simple camioneta como la vez anterior. Esta vez era su casa, esa en la que tanto habían trabajado con ayuda de amigos y familiares.
Y no era solo una casa: era un hogar, una decisión, un sueño, el esfuerzo de muchos meses trabajando duro. Era la valentía de salir, eran los sacrificios hechos para lograr el viaje.
Incansablemente, Cata y Agus se dedicaron a difundir la noticia por todos los medios posibles. Sus amigos, familiares, seguidores y la comunidad viajera se unió a ellos y de a poco todos se enteraron que la Apacheta Van estaba desaparecida.
Después de varios días de incertidumbre y donde el destino parecía que se volvía a repetir, la camioneta apareció.
Estaba completamente desvalijada: le habían sacado absolutamente todo, y hasta los coloridos dibujos que el muralista Guille Pachelo les había hecho en el exterior estaban cubiertos de pintura blanca.
Alaska nunca había estado tan lejos.
La ayuda parte II
Pero como ya lo habían experimentado en Argentina meses atrás, la ayuda volvió a aparecer.
Esta vez no fueron solo sus amigos y familiares: miles de personas habían escuchado su historia y, de a poco, el viaje comenzó a tomar forma otra vez.
Varias personas de Perú les dieron una mano, e incluso un programa de televisión les ayudó a hacer refacciones en la camioneta y le devolvieron los alegres dibujos que la decoraban antes del robo.
Sus amigos comenzaron una campaña para recaudar dinero, y una empresa artículos de construcción les hizo una donación para que puedan empezar a rearmar su hogar.
Al día de hoy, Cata y Agus siguen en Perú, donde están haciendo los trámites para recuperar todos los papeles de la camioneta y esperan que la Apacheta salga del taller para poder seguir trabajando en ella.
Una vez más, la Panamericana les ha presentado un desafío. Uno que están superando de a poco, con la ayuda de la gente, como la primera vez.
Habrá más obstáculos seguramente, pero el viaje sigue. Y eso es lo que importa.
Podés seguir el viaje de Cata y Agus en @apachetavan en Instagram
«Por más abierto que uno quiera ser, somos conscientes que muchas de las cosas que nos pasan a diario es porque estamos en movimiento. Viajando no hay un día que no aprendamos algo. De mecánica, de otro país, de una comida, de nosotros, de nuestra pareja. Y todas esas cosas, situaciones, personas, aprendizajes y paisajes valen la pena. Por eso era necesario que nos movamos un poco.«.