Viajamos desde tiempos inimaginables. Por cuestiones migratorias o comerciales, en expediciones, peregrinajes o simplemente para vivir aventuras.
Viajamos para conocer, para experimentar, para enfrentarnos a lo desconocido.
Pero en algún momento, y muy de a poquito sin que nadie se diera cuenta, alguien nos vendió que viajar era un avión en primera, un hotel de lujo con vista al mar y un restaurante de 5 cubiertos. Por más que estés en la India, en Mozambique, en Alemania o en la costa de México.
Nos dijeron que si ibas a ese lugar tenías que hacer esto, esto y también aquello. Ah, y que ¿cómo que te perdiste eso?
Y por más que en la agencia de viajes te digan que vas a «conocer» Europa en 20 días o el Caribe colombiano en 10, o aunque te sientes con tu guía, el mapa y la computadora a armar todo un itinerario completo, siempre hay más muchísimos más factores que se interponen entre vos y tu viaje «ideal» (generalmente: tiempo y dinero).