Los humanos viajamos desde siempre, ya sea por necesidad o por el simple placer de la aventura.
Viajamos para descubrir, para experimentar y para enfrentarnos a lo desconocido.
Pero en algún momento, nos vendieron la idea de que viajar era un avión en primera clase, un hotel de lujo y un itinerario detallado que «hay que» seguir al pie de la letra.
Las agencias de viajes te aseguran que vas a conocer toda Europa en 20 días o el Caribe en 10, pero la realidad es que entre el tiempo, el dinero, el clima y la vida misma, esos planes nunca salen como se esperan.
Al tiempo de empezar a viajar nos dimos cuenta de que un lugar no es solo los paisajes que aparecen en las redes sociales. Un lugar es su gente, sus calles, su comida y su historia.
También aprendimos que no es necesario verlo todo ni tachar una lista de «imprescindibles», sino abrir los ojos y los oídos a lo que está pasando a tu alrededor en ese momento.
Que lo mejor casi siempre surge de lo imprevisto, como cuando doblamos en esa esquina que no está en el mapa y encontramos algo inesperado.
Para nosotros, viajar jamás se mide en dinero ni en cuántos lugares visitás en pocos días.
Ni tampoco creemos que haga falta recorrer 5.000 kilómetros para sentir la emoción de un viaje; viajar es animarse a explorar y aprender algo nuevo, ya sea cerca o lejos.
Para nosotros, los mejores viajes suceden despacio, cuando te permitís explorar a tu propio ritmo.
Sabemos que no todos los destinos van a cumplir nuestras expectativas, pero está bien.
Se trata de abrirse a nuevas experiencias, incluso a la incomodidad, y disfrutar cada momento.